Crítica por David Navarro
La segunda gran guerra sigue dando mucho juego en el cine actual. Spielberg, en apenas una década, ha retratado muy bien un bando y otro de la contienda con La lista de Schindler y Salvar al soldado Ryan. Últimamente, la desgarradora La zona gris y la infantil -en el mejor y peor sentido del epíteto- La Vida es bella, son claros ejemplos de que el tema sigue suscitando tantas pasiones como en 1945, cuando Roberto Rossellini estrenó Roma: ciudad abierta. Desde entonces se han rodado metros y metros de negativos sobre todos los ángulos posibles de la ofensiva fascista.
El tema de la resistencia ha sido también protagonista de distintos films franceses, italianos e incluso alemanes. Pero Charlotte Gray no aporta nada nuevo al género ni a la temática tratada. Vaya esto por delante. Ni la luminosa presencia de Cate Blanchett -a la que el montador y el fotógrafo rinden un merecido homenaje- logra llenar el vacío de la película.
La historia arranca de manera vertiginosa: Charlotte llega desde su Escocia natal a Londres y rápidamente se enamora de un piloto, que desaparece. Ella, desconsolada, se alista en la resistencia y es enviada a la parte sur de Francia para actuar de correo. Todo eso sucede en la quinta parte de lo que dura el film. En el segundo acto, la emoción desaparece para dejar hablar a la descripción, y la hemosa fotografía de exteriores se oculta como la protagonista en un caserío aislado de Lezignac.
Con la protagonista encajonada en una casa con dos niños judíos, el galán rústico y su padre, el espectador poco puede saber del pueblo y de su dramática situación por tener que compartir su seguridad con las autoridades francesas doblegadas a las tropas nazis. Nada de lo que le sucede a la espía tiene algo fuera de lo común, salvo algún peligro menor sin esperanzas de prosperar y una historia de amor callada, que no es lo mismo que silenciada, como tan bien demuestraban en la pantalla Anthony Hopkins y Emma Thomson en un conocido film de James Ivory.
El excesivo interés del director por mantener el foco en las acciones de Cate Blanchett nos aleja así del entorno aterrador que suponía la presencia alemana en la zona y su obsesión enfermiza por cazar judíos y enlaces de la resistencia. No sé a qué azarosa estrategia comercial responde el descalabro de la historia nada más comenzar, pero lo cierto es que la fotografía, la música y los escenarios naturales sólo anuncian la narración de un amor de telefilm casero.
© 2002 David Navarro
Imagen © 2001
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