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Crítica por Diego Vázquez

Que nadie se asuste ni salga corriendo. No se trata de una nueva adaptación de un clásico de nuestra literatura (EL CLÁSICO) con funciones pedagógicas y valores de sustituto de la lectura del original para trabajos escolares, o de uno de esos tostones literarios que no saben que el cine es otro lenguaje. Lo que Manuel Gutiérrez Aragón nos ofrece en su segunda aproximación a la abrumadora obra maestra de Cervantes, es un relato mágico y complejo que trae necesario aire fresco a la cinematografía nacional y que se coloca así, llanamente, como el mejor Quijote filmado hasta la fecha (sólo las imágenes del que nunca llegó a terminar Welles apuntan a un logro parecido). Digo segunda aproximación, pues Gutiérrez Aragón fue también el encargado de llevar las aventuras de este caballero andante a la televisión, en una serie protagonizada por Fernando Rey y Alfredo Landa donde sólo se adaptaba la primera parte de la novela. Aquella serie, aunque de calidad notable, no sabía desprenderse tan bien del original literario y no mos-traba la soltura y madurez que desprende esta segunda aventura. Ahora, 10 años después de aquélla (el mismo tiempo que transcurrió entre la publicación de las dos partes de la novela de Cervantes), su director lleva a la pantalla grande el segundo libro de las aventuras del universal hidalgo; transformadas, reposadas y teñidas de un insoportable sabor de derrota, de vejez y de fin de la fantasía, que hacen de este "El caballero Don Quijote", el film probablemente más triste y crepuscular de lo que va de año.

La primera gran virtud del film viene dada por su inapelable decisión de romper con los tópicos que rodean la imagen popular de sus protagonistas (de la que es en buena parte responsable Gustave Doré y sus famosos grabados que han acompañado infinidad de ediciones del libro). Aquí ni Quijote es espigado y locuaz, ni Sancho es gordito y tontorrón. De hecho, los monólogos de Quijote no han sonado nunca tan dolorosos y tristes, ni han tenido nunca esa cualidad de alientos de vida necesarios para agarrase a una fantasía que poco a poco se va quebrantando; necesarios para no enmudecer. Si añadimos que la elección de su pareja protagonista se descubre como perfecto contrapunto de la original televisiva (el idealismo y la preocupación de Alfredo Landa como Sancho ha evolucionado hacia el desencanto lleno de reproches de un excelente Carlos Iglesias; mientras la locura extrovertida y firme de Fernando Rey dan paso a un Quijote cada vez más tristemente cuerdo, más romántico, íntimo y débil, al que Juan Luis Galiardo entrega lo mejor de sí mismo en una interpretación de auténtico maestro) y que aquí la adaptación del lenguaje está mucho más lograda, al hacer que todos los personajes hablen de manera actual excepto Quijote (mucho más cerca de lo que sería el espíritu de la novela si se hubiera escrito hoy), tenemos una lectura certera y muy personal de estas nuevas aventuras, enriquecida por la propia complejidad de este segundo libro, donde las confusiones entre el Quijote real (ya personaje literario) con otro Quijote que le suplanta sobre el papel, la mitificación del personaje real con esos propios escritos y las representaciones en los pueblos de sus aventuras, terminan por dar forma a un relato riquísimo y tan complejo como bien administrado desde la pantalla.

A los muchos aciertos de la traslación de la novela y a los bellos momentos en ella invocados (el descenso a la cueva negra donde realidad y ficción se confunden, la manera en que los nobles engañan y se burlan de Quijote y Sancho o el encuentro agónico y premonitorio con el mar) hay que ponerles algunos peros, sobre todo por haberse recortado en exceso la etapa de gobernador de la falsa ínsula por Sancho Panza, uno de los mejores episodios y de los más relevantes para la psicología de este personaje del original, así como otros capítulos intermedios. Una vez la cinta encara su tramo final, el trabajo visto en pantalla vuelve a ser sobrecogedor y su seco y fulgurante desenlace deja la sensación de estar frente a una visión definitiva sobre el personaje.

El magnífico acabado formal que envuelve el relato: la fotografía de José Luis Alcaine, la dirección artística de Félix Murcia y la música de José Nieto (de las mejores escuchadas nunca en una película española), terminan por redondear esta pieza mayor de nuestro cine, a la que ni sus pocas debilidades logran privarle de su lugar entre las películas imprescindibles del año.

© 2002 Diego Vázquez

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El Caballero Don Quijote
(El Caballero Don Quijote)


Imagen © 2002

Dirección: Manuel Gutiérrez Aragón.
País: España.
Año: 2002.
Duración: 119 min.
Interpretación: Juan Luis Galiardo (Don Quijote), Carlos Iglesias
(Sancho Panza), Marta Etura (Dulcinea), Manuel Manquiña (Merlín), Emma Suárez (Duquesa), Juan Diego Botto (Tosilos), Fernando Guillén Cuervo (Secretario), Manuel Alexandre (Montesinos), Joaquín Hinojosa (Duque), José Luis Torrijos (Cura), Víctor Clavijo (Barbero), Santiago Ramos (Sansón Carrasco), Kiti Manver (Ama), María Isasi (Sobrina).
Guión: Manuel Gutiérrez Aragón; basado en la obra de Cervantes.
Producción: Juan Gona.
Música: José Nieto.
Fotografía: José Luis Alcaine.
Montaje: José Salcedo.
Diseño de producción: José Luis Jiménez.
Dirección artística: Félix Murcia.
Vestuario: Gerardo Vera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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