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Crítica por Joaquín R. Fernández

Dicen que tan peligrosa misión, aquélla que supuso el comienzo de un largo viaje a las entrañas de Mordor, la llevaron a cabo nueve valerosos seres de la Tierra Media. Un mago, cuatro hobbits, dos humanos, un elfo y un enano; me atrevo a negar semejantes patrañas, ¡pues diez fueron los caminantes! A todos ellos, escondido en la oscuridad de un amplio aposento, se les añadió uno más. No, no era Gollum; se trataba de un simple espectador, aquél que se dejó embriagar por la magnificencia de una historia que ha dejado su justa huella en la Literatura del siglo XX.

El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo es una epopeya enclavada en un hermoso mundo de fantasía y, como tal, la aventura, el coraje, la amistad y las penurias han de marcar a aquéllos que se ven inmersos en ella. Olvidemos por un instante el libro. Dejemos a un lado las discusiones acerca de si falta tal fragmento o se han añadido estos otros. Cierto, todo eso sucede, pero no ayuda a esclarecer la pregunta que en verdad resulta más importante: ¿ha conservado Peter Jackson el verdadero espíritu de Tolkien? Sí, la película posee el alma que tanto temían que se perdiera los entusiastas de la trilogía. Si la obra de Tolkien conjugaba magistralmente un envoltorio preciosista con un entretenimiento de primera magnitud, la película ha sabido ofrecernos lo mismo.

Y, a falta de poder emplear las bellas palabras que el escritor utilizó para describirnos los incomparables mundos que brotaron de su imaginación, los artistas encargados de trabajar en esta espectacular producción nos brindan preciosas estampas que recrean con esplendor tan míticos lugares. Resulta todo un acierto que Peter Jackson insista en mostrarnos paisajes y escenarios, cuando cualquier otro hubiera hecho lo posible por alejarse de semejante esfuerzo. Pero vayamos por partes: Como todo el mundo sabe, "El Señor de los Anillos" comenzaba con una larga introducción en la que se nos explicaba cómo se forjaron los anillos y cuál era su cometido. Se acorta acertadamente en el filme el pasaje que explica las desventuras de Bilbo Bolsón en "El Hobbit", pues sería demasiado tedioso para el espectador no iniciado el recibir tanta información de golpe.

Rápidamente nos trasladamos a La Comarca, lugar en el que viven los apacibles hobbits. La visualización de su forma de vida es todo un acierto, siendo esta parte la más festiva y alegre de todo el filme. Esta introducción es crucial para que el espectador se introduzca en la historia. Si acepta el desafío, si cree en este mundo de fantasía, se dejará cautivar por la película. Si no, está perdido. Entre tanto color comienzan a asomarse las primeras sombras de la historia; Bilbo conversa con Gandalf sobre el anillo, manifestándose con crudeza la dependencia del hobbit con tan preciado objeto. Sin embargo, sabe que ha de ser otro el portador de su tesoro... Frodo, que había deseado partir algún día de su hogar para conocer otras tierras, observa con temor cómo la posesión del anillo de Bilbo sólo le causa problemas.

Alentado por Gandalf, huye de La Comarca con sus amigos, sabedor de que Sauron desea recuperar lo que es suyo. Perseguidos por los Espectros (cuya primera aparición es impactante), los hobbits no pueden evitar encontrarse en su camino con tan maléficos seres (atención a cómo la cámara se acerca a Frodo mientras el viento hace su aparición). Las sombras que cubren desde este momento la narración de la historia llenan al espectador de ansiedad. Cualquier otro hubiera preferido suavizar su dureza, pero Peter Jackson sólo nos presenta leves oasis de tranquilidad en Rivendel (lugar al que llegan algunos de los protagonistas tras una agobiante persecución por parte de las huestes de Sauron). Y aun allí, las disensiones entre razas se hacen presentes, pues todos tienen opiniones diversas sobre qué hacer con el anillo.

No es El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo una película de acción continua; sus mejores momentos se hallan precisamente en las situaciones de relativa calma y tranquilidad. Atención, por ejemplo, a la conversación de Elrond con Gandalf (el anillo no puede permanecer en Rivendel, pues Sauron lo buscará, destruyendo con ello a los elfos), o a los primeros deseos que muestra Boromir de controlar el poder del anillo.

No obstante, el verdadero plato fuerte de la cinta, aparte de las apariciones de Saruman (ver el instante en que el mago intenta destruir a la compañía en las montañas nevadas), se halla en la siniestra mina de Moria, donde la fotografía se vuelve fría, transmitiendo al espectador la necesaria oscuridad de un lugar únicamente habitado por la maldad. La acción se sucede aquí sin tregua, acompañada por momentos de auténtico terror (no obstante, quizás se podría haber abusado más de los efectos sonoros para indicar la llegada de los enemigos). El enfrentamiento con los orcos y un troll es realmente espectacular, al igual que la posterior y desigual lucha con el demonio de luz.

Lo que no me acaba de convencer es la presencia de Galadriel, pues esperaba a alguien mucho más majestuosa, pero Jackson ha preferido recalcar su lado oscuro, algo que me ha dejado un tanto desconcertado. En todo caso, es un buen síntoma de la diabólica influencia del anillo, que incluso puede afectar a los seres más poderosos.

La parte final es fabulosa. La intensidad se apodera de la pantalla sin necesidad de grandes fuegos de artificio; basta sólo contemplar el dramático desarrollo de los acontecimientos para que uno sienta la desesperanza en su interior. Aunque Peter Jackson se ha saltado fragmentos importantes de la novela o ha simplificado otros, hay que reconocer que ha sabido contentar a todos los que nos consideramos seguidores de esta magna obra literaria. Bien es cierto que su realización a veces abusa de los movimientos de cámara frenéticos o de la cámara lenta, hubiendo deseado al respecto que las imágenes discurrieran con un estilo más clásico, pero hay que reconocer que logra con ello momentos ciertamente espectaculares (el troll en Moria).

También es un acierto que los orcos no sean criaturas por ordenador, ya que las batallas permiten exhibir una necesaria crueldad. Por último, reseñar el talento de Jackson a la hora de mostrar los instantes en los que Frodo introduce el anillo en sus dedos, haciéndose invisible con ello a ojos de los demás. Son escenas que sorprenden gratamente, pues se alejan por completo de los cánones establecidos por la habitual comercialidad de Hollywood.

Hablando ya de los efectos especiales, hay que reseñar que su eficacia es indiscutible, aunque tampoco suponen una mejora con lo que ya conocemos. Aplaudo vívamente la perfecta integración de hobbits y enanos con el resto de seres que los superan en tamaño, pero también me sorprendo al comprobar que hay secuencias en las que se nota que todo (hasta los protagonistas) está hecho por ordenador. El reparto es, en conjunto, muy adecuado. Es variado y está formado por actores de conocido prestigio y otros completamente nuevos en estas lides. Eso sí, no terminaron de convencerme Billy Boyd y Dominic Monaghan como Pippin y Merry. Me quedo, por este orden, con Christopher Lee (soberbio como Saruman), Ian McKellen, Elijah Wood (está estupendo cuando llora la muerte de Gandalf), Ian Holm, Viggo Mortensen y Sean Bean (un perfecto Boromir).

Para terminar, un breve apunte sobre la música de Howard Shore, un autor en principio discutido para hacerse cargo de tan importante composición. No obstante, ha salido airoso del asunto, creando un precioso tema para los hobbits, aunque se echa en falta una pieza que sirva de nexo para toda la historia (la hay, pero no tiene la contundencia suficiente y su uso es muy limitado). No me entusiasmó la música que describe los preciosos paisajes del filme, está mucho mejor la parte intimista que escuchamos cuando los personajes dialogan, no molesta en absoluto e incluso contribuye a realzar esos momentos.

© 2001 Joaquín R. Fernández

La Butaca

El Señor de los Anillos
(The Lord of the Rings - The Fellowship of the Ring)


Imagen © 2001

Dirección: Peter Jackson.
Países: Nueva Zelanda, USA.
Año: 2001.
Duración: 165 min.
Interpretación: Elijah Wood (Frodo), Ian Mckellen (Gandalf), Liv Tyler (Arwen), Viggo Mortensen (Aragorn), Sean Astin (Sam), Cate Blanchett (Galadriel), John Rhys-Davies (Gimli), Billy Boyd (Pippin), Dominic Monaghan (Merry), Orlando Bloom (Legolas), Hugo Weaving (Elrond), Sean Bean (Boromir), Ian Holm (Bilbo), Andy Serkis (Sméagol).
Guión: Frances Walsh, Philippa Boyens y Peter Jackson; basado en el libro de J.R.R. Tolkien.
Producción: Peter Jackson, Barrie M. Osborne y Tim Sanders.
Música: Enya y Howard Shore.
Fotografía: Andrew Lesnie.
Montaje: John Gilbert, D. Michael Horton y Jamie Selkirk.
Diseño de producción: Grant Major.
Dirección artística: Dan Hennah.
Vestuario: Ngila Dickson.
Decorados: Tanea Chapman y Victoria McKenzie.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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