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Crítica por Tònia Pallejá

Autor de trabajos de reconocido valor en la historia del cine de las últimas décadas (Nashville, M.A.S.H. o esa emblemática Vidas cruzadas, cuya estructura ha sido utilizada después por gran número de realizadores), Robert Altman dirigió con posterioridad algunas cintas de dudoso interés (Prêt-à-porter, The gingerbread man, El doctor T y las mujeres) que nos hicieron perder la confianza en su capacidad narrativa. Gracias a Gosford Park, la fortuna le vuelve a sonreír, y no únicamente por el reciente Globo de Oro concedido a su dirección, o por las siete nominaciones a los Oscars©, ni siquiera por el aplauso, parece ser que unánime, de la crítica y el público. En realidad, Gosford Park tal vez sea una de las películas más completas, por todos los elementos que encierra, de las que compiten en dicha categoría en los premios de la Academia este año. Pero independientemente de las distinciones que decida otorgarle la industria, el resultado ha sido, en esta ocasión, un inteligente análisis de irreprochable facturación, gran riqueza documental, y entretenido visionado, sumamente delicioso.

El realizador norteamericano, embarcado en el proyecto por el productor, guionista y actor Bob Balaban, cruza el charco para ejercer como maestro de ceremonias de esta historia que se desarrolla en plena campiña inglesa en la década de los 30. Bajo la frívola apariencia de una comedia coral de intriga policíaca, Gosford Park es en realidad una cáustica sátira social, en la que el asesinato de uno de los miembros del grupo es otra excusa más para trazar un fresco costumbrista sobre una determinada época, y donde la llamada lucha de clases adquiere un significado particular en su última parte. Señores y criados conviven durante un fin de semana en una enorme mansión victoriana, convenientemente ubicados en un "arriba" y "abajo" paralelos a su posición social. Dos universos que se mueven, organizan y mantienen por sus propias leyes, incluso traspasada la barrera de la alcoba. Señores arrogantes, caprichosos, superficiales, hipócritas, que visten sus mejores galas a la vez que suplican para que alguien les saque de su arruinada economía. Criados entre el abnegado servilismo, la resignada consciencia de clase, o la enmascarada rebeldía. Referencias ineludibles a las novelas de Agatha Christie -aunque sólo a nivel formal- , y a sus consecuentes adaptaciones para la pequeña y gran pantalla, pero sobre todo a la serie televisiva Arriba y abajo, y a otros films que mostraban los entresijos de la servidumbre y los avatares de la alta sociedad, así como las relaciones que les unían. Sin embargo, Altman cruza las barreras del género, o mejor dicho, las fusiona a su antojo, para ofrecernos su siempre personal visión del mundo.

El director maneja con maestría este amplio abanico de personajes, bien dibujados y consistentes a pesar de su número y variedad, mérito que, en buena parte, corresponde al inmenso trabajo de sus actores. No obstante, sí existe una cierta confusión en cuanto a los parentescos que les relacionan hasta bien avanzada la trama, y la profusión de nombres no ayuda al respecto.

La labor de dirección es, en cualquier caso, intachable, tanto en la planificación de las secuencias, como en el uso de la cámara, resultando de todo ello una exquisita exposición de ritmo ágil y cuidada hasta el más mínimo detalle. Nos encontramos ante un guión milimétrico de esmerada calidad que, con fina ironía, desgrana las miserias de unos caracteres humanos a caballo del tópico, inevitable y hasta necesario en este caso, para alimentar el fuego del sarcasmo. Altman ejecuta con aplomo y sabias dosis de proporción su veteranía, pero también, y una vez más, nos demuestra que tras el director se esconde un antropólogo nada inocente que tiene en su punto de mira a la naturaleza humana.

Al margen de los impecables aspectos técnicos, que ofrecen una refinada ambientación y una composición de imágenes de gran belleza, el acertadísimo reparto con que cuenta Gosford Park es el principal motor gracias al cual todo este circo cobra vida. Faltaría espacio suficiente para reseñar las aportaciones de cada uno de sus componentes, así que me limitaré a destacar algunas intervenciones, como la de la soberbia Maggie Smith, la encantadora Emily Watson, la delicada Helen Mirren, o la adorable Kelly McDonald -vista brevemente en Trainspotting-, toda una sorpresa.

Sin embargo, y pese a las excelencias técnicas y artísticas del film, Gosford Park acusa uno de los principales defectos que, en mi opinión, presenta el cine de Altman. Y es que, por más que sus películas ofrezcan situaciones cotidianas de gran verosimilitud, por más que consiga arrancar de sus actores unas interpretaciones brillantes, uno no puede evitar, en todo momento, ser consciente de que está siendo testigo de una ficción. Existe un distanciamiento insalvable entre la historia y el espectador, se establece entre ambos una relación fría, cerebral, de mero observador incapaz de identificarse con lo que se le muestra, que impide tanto que el relato trascienda emocionalmente como que el público disfrute con el trabajo al cien por cien.

Pero no lo duden, Altman sigue siendo un magnífico sociólogo y un perspicaz historiador. Y es capaz de crear momentos mágicos irrepetibles, como el que tiene lugar cuando la servidumbre, emplazada secretamente en pasillos y escaleras, escucha cautivada las piezas que Ivor Novello canta al piano, mientras sus nobles acompañantes tachan de molestas e inoportunas sus intervenciones musicales. Toda una declaración de principios.

© 2002 Tònia Pallejá

La Butaca

Muerte a la Media Noche
(Gosford Park)


Imagen © 2001

Dirección: Robert Altman.
Países: USA, Reino Unido, Alemania, Italia.
Año: 2001.
Duración: 137 min.
Interpretación: Eileen Atkins (Mrs. Croft), Bob Balaban (Morris Weissman), Alan Bates (Jennings), Charles Dance (Raymond, Lord Stockbridge), Stephen Fry (Inspector Thompson), Michael Gambon (Sir William McCordle), Kristin Scott Thomas (Lady Sylvia McCordle), Camilla Rutherford (Isobel McCordle), Maggie Smith (Constance, Condesa de Trentham), Geraldine Somerville (Louise, Lady Stockbridge), Tom Hollander (Teniente Comandante Anthony Meredith), Natasha Wightman (Lady Lavinia Meredith)
Guión: Julian Fellowes; basado en una idea de Robert Altman y Bob Balaban.
Producción: Robert Altman, Bob Balaban y David Levy.
Música: Patrick Doyle.
Fotografía: Andrew Dunn. Montaje: Tim Squyres.
Diseño de producción: Stephen Altman.
Dirección artística: Sarah Hauldren.
Vestuario: Jenny Beavan.
Decorados: Anna Pinnock.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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