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Crítica por Leandro Marques

Es importante, antes que cualquier otra cosa, partir de una breve descripción de la estructura narrativa de I am Sam. A grandes rasgos, puede decirse que esta película trata, lógicamente, de Sam, un deficiente mental, con la capacidad intelectual de un niño de siete años, que ve cómo una cruel mujer lo abandona luego de dar a luz a Lucy, la hija de ambos, dejándole a su cargo la enorme responsabilidad de ser padre, soltero.

Como esto es cine, y la trama tiene que ir presentando conflictos a medida que va evolucionando, los conflictos no demoran en aparecer. Sam derrocha amor y dulzura, pero sus limitaciones mentales son, de acuerdo a las autoridades escolares de Lucy, un escollo clave en los progresos educativos de la niña, que se rehusa a aprender para no sobrepasar con su inteligencia a la de su padre. Entonces, entra en escena una trabajadora social que sugiere a la Justicia separar a la nena de Sam y colocarla, como si se tratara de un objeto, en una familia adoptiva. De esta manera, el asunto se convierte en una cuestión legal. Una bella, exitosa e inescrupulosa abogada defenderá los derechos de Sam por un compromiso con sus apariencias, pero encontrará en la manera de ser de su cliente el pago que menos esperaba: un refrescante (y más que previsible, por cierto) aprendizaje sobre otra manera, mucho más pura, de vivir la vida.

Detalles más, detalles menos, éste es el esquema argumental de la segunda película de Jessie Nelson, después de la poco trascendente Corrina Corrina. Está a la vista que esencialmente no hay nada original en el guión. Por eso, por tratarse de un tema tan trillado cinematográficamente, el análisis debe tener en cuenta principalmente el lugar y la mirada que la directora escoge para contar la historia, su habilidad o no para escapar de los clichés clásicos del género y su capacidad o no para dejar algo más que el mero intento de conmover y emocionar al espectador. Sin duda no es tarea fácil contar un cuento muchas veces contado, y esta vez el ejemplo de eso es I am Sam, un irregular trabajo en el que pueden encontrarse tantos momentos gratos como de los otros.

Sin embargo, el filme cuenta con dos plus que ayudan a emparejar los tantos a la hora de los balances finales. El primero es Sean Penn. Nominado al Oscar© -y gran candidato, porque usualmente la Academia tiene preferencia por los personajes con alguna discapacidad física o mental-, el actor es la figura central a través de la cual gira toda la película. Sus miradas, gestos, expresiones lucen naturales y espontáneas, y logran transmitir todo un abanico de sensaciones, que van desde la alegría y la ternura hasta la tristeza. El segundo protagonista en importancia es Rita, la abogada defensora de Sam, interpretado por la siempre cautivante Michelle Pfeiffer, que cumple correctamente con su papel pese a tratarse el suyo del personaje más estereotipado de la película.

El otro gran acierto del filme es su banda de sonido. Las guionistas (la misma directora Nelson junto a Kristine Johnson) visitaron varias organizaciones de discapacitados para reforzar el guión y encontraron que la gran mayoría de sus alumnos dijeron que sus músicos favoritos eran los Beatles. A ellos no sólo les encantaban sus canciones sino que usaban varios datos biográficos de la banda inglesa como guía para la vida práctica. Lucy, la hija de Sam, se llama así por un tema de los Beatles. Y muchos de los mejores momentos visuales de la película tienen como fondo natural las fabulosas canciones del grupo interpretadas por artistas contemporáneos.

Por otra parte, puede rescatarse que la historia es llevadera y en ocasiones entretenida. Pero muchas veces ese logro es resultado de situaciones inverosímiles, diálogos poco creíbles entre padre e hija (si bien se trata de una chica inteligente, más de una vez el guión hace notar su existencia con palabras que difícilmente puedan salir de alguien de su edad). Y varias otras veces la directora apela a la búsqueda exagerada de la emoción y de la lágrima en el espectador para evitar que decaiga el ritmo de la película. Aunque es justo reconocer que se percibe el intento de la realizadora por evadir algunos lugares comunes, también hay que decir no son muchas las ocasiones en que consigue hacerlo.

En definitiva, I am Sam no tiene nada nuevo para decir, ni un modo demasiado diferente de hacer lo que ya hicieron muchos. Es, como tantas otras, una película que busca llegar al corazón, sin demasiadas sutilezas ni creatividad. Las características de los personajes y el hilo de la historia así lo demuestran. La brillante actuación de Sean Penn, algunas imágenes y ángulos de cámara bien logrados, la belleza de Michelle Pfeiffer, la simpatía y los ojotes de Lucy, y las canciones de los Beatles amenizan un trayecto que, casi con seguridad, hubiera sido tedioso transitar.

© 2002 Leandro Marques

La Butaca

Yo Soy Sam
(I Am Sam)


Imagen © 2002

Dirección: Jessie Nelson.
País: USA.
Año: 2001.
Duración: 132 min.
Interpretación: Sean Penn (Sam Dawson), Michelle Pfeiffer (Rita Harrison), Laura Dern (Randy Carpenter), Dakota Famming (Lucy Diamond Dawson), Dianne Wiest (Annie), Joseph Rosenberg (Joe), Brad Allan Silverman (Brad), Richard Schiff (Turner), Stanley DeSantis (Robert), Loretta Devine (Margaret Calgrove).
Guión: Kristine Johnson & Jessie Nelson.
Producción: Jessie Nelson, Marshall Herskovitz, Richard Solomon y Edward Zwick.
Música: John Powell.
Fotografía: Elliot Davis.
Montaje: Richard Chew.
Diseño de producción: Aaron Osborne.
Dirección artística: Erin Cochran.
Vestuario: Susie DeSanto.
Decorados: Jennifer M. Gentile y Garrett Lewis.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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