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Crítica por Rubén Corral

Película del veterano de la cinematografía persa Mohsen Makhmalbaf -producida con una importante aportación francesa-, "Kandahar" obtuvo los parabienes de la distribución (e incluso el doblaje) para España tras su calurosa acogida en el pasado Festival de Cannes. Esta película se adentraba, cuando de Afganistán llegaban los gritos de mujeres secuestradas bajo un régimen dictatorial en todos los niveles que la imaginación pueda inquirir (religioso, político, social, cultural, económico), en la vida de las víctimas del terrorismo cotidiano que los talibanes generalizaban en Afganistán: las mujeres.

¿Qué habría sido de "Kandahar", el film, sin el sitio de Kandahar, el reducto talibán? Habría acumulado estrellitas en los paneles de crítica para después pasar a engrosar la lista de esas películas que luego no se editan en vídeo, ni se pasan por las televisiones, ni se reestrenan jamás. ¿Qué será de "Kandahar" gracias a la reacción estadounidense a los atentados del once de septiembre? Recibirá -porque lo está recibiendo- a un público informado, aunque sea mal informado, no necesariamente habituado con las maneras del cine iraní, su acogida crítica será todavía mejor, su impacto en taquilla también será más fructuoso para su distribuidor español (Golem, que ha sabido retardar su estreno hasta convocar un estado de expectación insólita para una película proveniente del Tercer Mundo) y, por supuesto, pasará a engrosar esa lista de películas que luego no se editan en vídeo ni en DVD, ni se pasan por las televisiones. Y no se reestrenará jamás.

No obstante, esto ocurre con un altísimo porcentaje de películas (todavía espero, por citar un caso concreto, la edición de "Finales de agosto, principios de septiembre", de Olivier Assayas), cuando no llegan a estrenarse. Pero no ocurre eso con un cine de moda como el iraní. "Kandahar" viene, en esta ocasión, "sobreavalada" por las circunstancias históricas.

No obstante, sobre el punto que deseo llamar la atención es la vital importancia del hecho de que la mirada occidental da vida y razón de ser a la película de Makhmalbaf. Desde el principio no engaña: la protagonista del film es una periodista afgana exiliada en Canadá que intenta salvar a su hermana del suicidio que planea cometer el día del eclipse de sol de 1999. Será a través de sus ojos asombrados, escondidos bajo un burka, como el espectador reciba una realidad efectivamente atroz incluso para una mujer, ahora periodista, que pasó en Afganistán parte de su vida, una realidad talibán sin ningún medio de comunicación alguno: ni libros, ni cine, ni imágenes de ningún tipo. Como muestra de su brutalidad, las mujeres ni siquiera tienen derecho a su propia imagen.

La lucha por los derechos de esas mujeres queda revestida por una doble función concienciadora en el espectador más occidentalizado y desprendido: por un lado la de mostrar una realidad que, hasta hace muy poco, seguía vigente en Afganistán; por otro, enseñar una idea de cine que no tiene equivalente en Europa (lugar primordial de explotación del film, más allá de su propio país) ni, por sus dudosas cualidades, en el resto del mundo, este de Makhmalbaf que, tras años dedicado al cine de denuncia en su país, cruza la frontera con sus intenciones a la espalda y provoca lo que para los defensores de esa "industria del cine" será una perversión: la película no busca tanto su rentabilización económica -que también, por supuesto- como enviar un mensaje más allá de sus fronteras. La precariedad social en que vive esa parte del mundo nos invita, espectadores europeos, a reflexionar sobre la consecución de valores que allá quedan todavía lejos y que aquí corren el riesgo de caer en el olvido por su cotidianeidad: la igualdad de sexos, la democracia, la consecución de derechos adquiridos ya en la Revolución Francesa, etc.

Sus intenciones, que incluyen también una propugnación a ultranza de la defensa del derecho a la propia imagen, están a salvo de cualquier censura. Sin embargo, sus resultados cinematográficos son, y es algo que no recuerdo en otra película iraní que haya visto, ciertamente deficientes. Makhmalbaf planifica como lo haría un cualquiera de Hollywood si le obligaran a llevar la cámara al hombro, cualquier atisbo de personalidad (que ya quedaba parcialmente anulada en su anterior estreno en España, "El silencio", con un final de cara a la galería occidental poco coherente con el resto de aquella buena película) queda anulado en beneficio exclusivo del mensaje y, sobre todo, de un aire de improvisación que no se percibe, por citar un caso si se quiere extremo, en ningún documental, donde el ambiente de frescura llega po r el otro camino, por el de la investigación. Su montaje es plano, la voz en off, relamida, redundante o las dos cosas a la vez, la historia, más que nunca un lastre del que se puede uno deshacer en cualquier momento, porque los esfuerzos del director por darle interés son nulos. Su cierre sólo lo es formalmente, pues quedan más cabos sueltos que al final de un capítulo de "Al salir de clase". ¿Todo en beneficio del mensaje?

El mensaje lo estaba antes de la película. Y sigue estando allí. La película puede servir para acercarlo a según qué público. Decía George Clooney con motivo del estreno de "Tres reyes" que aquella película podría servir para dar a conocer al público norteamericano lo que ocurrió en la Guerra del Golfo. Yo pensé: "valiente función espectacularizar (porque el cine de aquel país tiende a hacerlo) una tragedia". Aquella película imperialista yanqui tiene los mismos propósitos que "Kandahar". No hay más que ver cómo el film acaba convirtiéndose en bellas composiciones con los distintos colores de los burkas de las protagonistas.

© 2001 Rubén Corral

La Butaca

Kandahar
(Kandahar)


Imagen © 2001

Dirección, guión y montaje: Mohsen Makhmalbaf.
País: Irán.
Año: 2001.
Duración: 85 min.
Interpretación: Niloufar Pazira (Nafas), Hassan Tantai (Tabib Sahid), Sadou Teymouri (Khak).
Música: Mohamad Reza Darvishi.
Fotografía: Ebrahim Ghafouri.
Dirección de producción: Syamak Alagheband.