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Crítica por Julio Rodríguez Chico

Un nuevo retrato de la alta sociedad neoyorkina de principios del siglo, con aire victoriano de telón de fondo. Una novela de Edith Wharton vuelve a servir de base para diseccionar ese círculo social tan cerrado y hermético como complejo y falso. Terence Davies se encarga del resto con una cuidada adaptación y una pulcra puesta en escena.

A diferencia del tratamiento esteticista dado por Scorsese en La edad de la inocencia, aquí se persigue un mayor dramatismo. Se nos presenta a Lily Bart como una mujer de buena posición que desafía las rígidas convenciones de la sociedad decimonónica, para acabar siendo expulsada de ésta y verse obligada a trabajos propios de la burguesía e incluso del sector obrero.

Es un mundo victoriano donde sus personajes viven en lujosas mansiones, realizan cruceros de placer a Europa o asisten a la ópera para ver y ser vistos; un ambiente de ocio que les mantiene alejados de cualquier tipo de trabajo que les pueda deshonrar, con sus horas empleadas en alimentar los rumores de sociedad o en saciar su vanidad. Son vidas azarosas, sin estabilidad sentimental, en constante desasosiego e insatisfacción, muy pendientes del parecer social. La educación recibida por las mujeres está destinada a encontrar un matrimonio conveniente, lo que significa que no sólo importa el amor sino que éste aporte una dote suficiente para mantener el nivel de vida y la posición social conseguida. El flirteo, la cizaña para desbancar a las rivales, y cualquier tipo de ingenio -incluida la mentira- servirán para conquistar al hombre en cuestión, siempre guardando unas normas de corrección y de apariencia, y sin exteriorizar esos sentimientos.

El director británico satiriza este círculo elegante y decadente, lleno de egoísmo y vaciedad. En la primera escena se nos presenta a Lily acosando a un apuesto y rico abogado, al que se ofrece en matrimonio para saldar así las deudas contraídas por el juego; el joven la desea, pero no acepta y prefiere esperar a que la vida le haga madurar y vuelva con un amor más desinteresado. Un torbellino de enredos, zancadillas y torpezas llevarán a Lily a enfrentarse a una férrea tradición a la que no sobrevivirá, quizá por su poca habilidad al conducirse o quizá por la implacable e hipócrita sociedad.

Nunca es fácil llevar a la pantalla una novela victoriana sin caer en el riesgo del esteticismo. Davies realiza un tratamiento realista de la situación, intentando huir de la belleza por la belleza, y buscando mostrar lo cotidiano con la emoción y la tragedia de cualquier vida humana, también en nuestros días. No acierta en la elección de Gillian Anderson, que encarna su papel con elegancia pero con una frialdad que la separa del espectador; quizá sea por sus papeles anteriores en Expediente X, pero la realidad es que no logra reflejar una psicología tan rica y tan viva como la que Michelle Pfeiffer trasmitió en La edad de la inocencia.

El rodaje es minucioso y austero, con planos llenos de belleza y encadenados con musicalidad, pausados en el movimiento de la cámara, y unos encuadres tan estudiados como fríos. Hay que alabar toda la tarea de ambientación -con un elegante vestuario y preciosistas decorados- que la convierten en una buena película de época.

A estas alturas, uno puede preguntarse por el sentido del título de la película, La casa de la alegría. Para entenderlo tendríamos que acudir a la Biblia -en sintonía con el puritanismo victoriano en que se desenvuelve- y descubrir cómo sólo el corazón de los necios está en la casa de la alegría (entendida como ligereza y vacuidad vital). Responde a la misma intención crítica del director, para quien esa sociedad se mueve en un clima de superficialidad, sin responsabilidades ni dolor, que le incapacita para afrontar la vida con seriedad -con sus dificultades y contrariedades- y prepararse así para la muerte.

© 2002 Julio Rodríguez Chico

La Butaca

La Casa de la Alegría
(The House of Mirth)


Imagen © 2000

Dirección: Terence Davies.
Países: Reino Unido, Francia, Alemania, USA.
Año: 2000.
Duración: 140 min.
Interpretación: Gillian Anderson (Lily Bart), Dan Aykroyd (Charles Augustus 'Gus' Trenor), Eleanor Bron (Mrs. Peniston), Terry Kinney (George Dorset), Anthony LaPaglia (Sim Rosedale), Laura Linney (Bertha Dorset), Elizabeth McGovern (Carry Fisher), Jodhi May (Grace Stepney), Eric Stoltz (Lawrence Selden).
Guión: Terence Davies; basado en la novela de Edith Wharton.
Producción: Olivia Stewart.
Música: Adrian Johnston.
Fotografía: Remi Adefarasin.
Montaje: Michael Parker.
Diseño de producción: Don Taylor.
Dirección artística: Diane Dancklefsen.
Vestuario: Monica Howe.
Decorados: John Bush.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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