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Crítica por Joaquín R. Fernández

Todavía no me explico cómo es posible que aún existan avezados productores que quieran invertir sus dineros en una película cuya temática tenga algo que ver con los dragones, esos míticos bichejos de enormes alas y aliento de fuego que, incomprensiblemente, jamás han gozado de buena fama en la taquilla. "El Imperio del Fuego" no ha querido romper la tradición, así que los cuarenta y tres millones de dólares que ha recaudado en los Estados Unidos desde su estreno resultan insuficientes si tenemos en cuenta su importante, aunque no exagerado, presupuesto (casi cien millones de dólares, incluyendo publicidad). Un resultado injusto y decepcionante, porque, si bien nos hallamos ante un producto que no perdurará en la memoria del espectador, al menos uno sale del cine con la sensación de haber pasado el rato, y a fin de cuentas es lo que persigue el común de los mortales a la hora de sentarse en su butaca: la evasión y el disfrute.

Escenificando un paisaje postapocalíptico en el que las criaturas aladas dominan la Tierra, los guionistas nos presentan a una comunidad de supervivientes que se organizan para mantenerse con vida en tan inhóspito mundo. Se trata de un sólido punto de partida en el que el peligro exterior se dosifica en la pantalla, añadiéndole a la vez otro elemento igual de atrayente: la aparición de un nuevo grupo de humanos que romperá la unidad del poblado originario. Si bien es éste un interesante enfoque en el que los miedos no llegan únicamente de los dragones, sino también de unos semejantes que tal vez guarden otras intenciones ocultas, esto pronto queda diluido y la cinta se desvía hacia derroteros más cómodos y previsibles. Por ello, si bien la primera mitad incluye aspectos que van más allá del simple entretenimiento, la segunda hora, que se desarrolla casi en su totalidad en Londres, acumula situaciones mucho más manidas e intrascendentes, como si los guionistas no supieran o no quisieran abarcar algo más que sus planteamientos iniciales, decantándose, pues, por una resolución vistosa y espectacular que deja un tanto insatisfecho al público, sabedor de que el resultado podría haber sido bastante mejor.

Avalada por una estimable pero nada original técnica, la cinta exhibe una consistente realización de Rob Bowman, que no se excede a la hora de mostrarnos a los dragones, sino que intenta que éstos aparezcan de forma imprevisible o sigilosa (entre la niebla o, mejor aún, haciéndonos creer que el rugido del viento es un aviso del batir de sus alas). Los actores, jóvenes valores que finalmente no han alcanzado la categoría de estrellas, sorprenden por su eficacia, destacando especialmente Matthew McConaughey, que sabe captar la esencia de su atractivo personaje. En todo caso, Christian Bale e Izabella Scorupco muestran cierto respeto hacia sus papeles, así que su corrección está fuera de toda duda.

Ejemplo de música atmosférica que condensa con atino las excelencias visuales del filme, la banda sonora de Edward Shearmur aporta unas apropiadas tonalidades bélicas a la acción, tal y como se puede comprobar con la llegada de los americanos, momento en el que la música alcanza una gran calidad. Aunque en "El Imperio del Fuego" hay escasos momentos para el relajo, se aprecian agradables y delicados cortes para los pasajes intimistas de la historia, aunque sin duda su notoriedad es inferior si la comparamos con lo vibrante del resto del relato.

© 2002 Joaquín R. Fernández

La Butaca

Reinado de Fuego
(Reign of Fire)


Imagen © 2002

Dirección: Rob Bowman.
Países: Reino Unido e Irlanda.
Año: 2002.
Duración: 105 min.
Interpretación: Christian Bale (Quinn), Matthew McConaughey (Van Zan),
Izabella Scorupco (Alex Jensen), Gerard Butler (Dave Creedy), Scott
Moutter (Jared Wilke), David Kennedy (Eddie Scax), Alexander Siddig
(Ajay), Ned Dennehy (Barlow), Rory Keenan (Devon), Terence Maynard (Gideon), Doug Cockle (Goosh).
Guión: Gregg Chabot & Kevin Peterka y Matt Greenberg; basado en un argumento de Gregg Chabot & Kevin Peterka.
Producción: Gary Barber, Roger Birnbaum, Lili Fini Zanuck y Richard D. Zanuck.
Música: Edward Shearmur.
Fotografía: Adrian Biddle.
Montaje: Thom Noble.
Vestuario: Joan Bergin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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