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Crítica por Leandro Marques

Más allá de su recurrencia temática, que convierte a sus películas de alguna manera en previsibles, no se puede dejar de reconocer el talento de M. Night Shyamalan, el escritor-director nacido en la India, para generar un tipo de suspenso especial, capaz de transmitir a sus
espectadores un escalofrío corporal casi constante. Es que el responsable de la taquillera Sexto sentido, invocando a los miedos populares más frecuentes y arraigados a la tradición, aquellos que sobrepasan los límites humanos de lo pensable (muertos que viven, fantasmas, extraterrestres, poderes especiales) pone de manifiesto el mayor de los terrores que pueden acosar al hombre: el terror a lo desconocido. Nuevamente ahí está acentuado el eje narrativo central de su último filme, Señales, en el que Mel Gibson cumple con el rol protagónico que Bruce Willis habia llevado a cabo en las dos últimas cintas del realizador hindú (la mencionada Sexto sentido y El protegido).

Una mañana, el ex reverendo devenido en granjero Graham Hess (un correcto Gibson) corre hacia sus campos de maíz acudiendo al llamado casi desesperado de sus dos hijos. Al llegar, ellos le señalan algo que cambiará para siempre sus vidas: todo un sector de la plantación había sido aplanado misteriosamente conformando extraños símbolos circulares en el campo. Graham, que por la trágica muerte de su esposa había perdido la capacidad de creer, rápidamente disuelve toda posibilidad de que algún factor sobrenatural tenga alguna incidencia en eso que acababa de ver. Pero rápidamente, el desarrollo de las cosas lo empezaría a hacer cambiar de opinión.

La televisión informa que en muchos países del mundo sus campesinos habían encontrado aquellos dibujos geométricos en sus campos. La paranoia comienza a instalarse en todos, menos en el negado ex reverendo, que se obstina en no creer pese a que sus hijos y su hermano menor –interpretado por Joaquin Phoenix-, que también vive en la casa, ya casi no tienen dudas. Hasta que a través del walkie tolkie de su hijo empiezan a oirse extrañas voces de seres extraños que parecen querer comunicarse entre sí; hasta que una noche, recorriendo su plantación en busca de pistas, vislumbra fugazmente el contorno de una figura; hasta que, finalmente, la visita a una casa vecina termina cruzándolo, puerta de por medio, con una mano extraterrestre que quiere atacarlo; todos esos hechos terminaron por convencer a Graham de que sí, algo fuera de lo común estaba sucediendo.

Como el terror que ofrece Shyamalan está fundado sobre lo desconocido, sus herramientas para crear suspenso también se basan en lo que no se ve. El director recurre a un repertorio de indicios implícitos, una puerta que se golpea, una sombra fugaz que deja vislumbrarse, una mano que aparece de repente, un giro de cámara violento, un sonido que marca el ritmo de la escena, una imagen que remite a otra cosa. Todos estos elementos se confluyen y generan una atmósfera densa y tensionante que, una vez instalada, funciona sola. Inserto en esa clave, la mente del espectador estará siempre alerta e interactuará con cada detalle que ofrezca la imagen. Shyamalan no necesita mostrar la tecnología de los extraterrestres, y mucho menos a ellos atacando a los hombres, para que todo lleve a pensar que los invasores son seres superiores, e implacables asesinos. La imaginación de cada espectador, paralelamente a la de los protagonistas del filme - que resignados deciden encerrarse en la casa a esperar lo peor- , se encargará de llenar a su modo ese terrorífico vacío de certezas que produce aquello sobre lo que no se sabe ni se ve, pero que se cree. La fe, la mística popular, eso que se siente más allá de cualquier evidencia empírica o razonamiento científico, envuelve cada momento del filme y se transforma en su principal fuerza movilizadora, como sucede en la mayoría de las películas de este director.

Toda la cinta se desarrolla en medio de esa agobiante sensación de opresión que produce lo desconocido, aunque por momentos, el director debe recurrir a flashbacks que contextualicen y justifiquen un comportamiento determinado, especialmente del ex reverendo. Cuando se produce esa discontinuidad en la dinámica del filme, el efecto es negativo, porque se transmite una certeza que disuelve la tensión. Poder entender calma, y en varios puntos, especialmente sobre el final, Shyamalan apela a la explicación, busca ponerle luz a una situación para poder hacerla coherente, pero al mismo tiempo resigna su poder sobre la incertidumbre del espectador, esencial para la eficacia de la trama. Ese límite autoimpuesto, no transgredido, consiste el punto flojo de Señales. Quizás la fe del realizador no haya llegado a un lugar tan oscuro e impreciso. Todavía.

© 2002 Leandro Marques

La Butaca

Señales
(Signs)


Imagen © 2002

Dirección y guión: M. Night Shyamalan.
País: USA.
Año: 2002.
Duración: 106 min.
Interpretación: Mel Gibson (Padre Graham Hess), Joaquin Phoenix (Merrill Hess), Cherry Jones (Oficial Paski), Rory Culkin (Morgan Hess), Abigail Breslin (Bo Hess), Patricia Kalember (Colleen Hess), M. Night Shyamalan (Ray Reddy), Ted Sutton (Cunningham), Merritt Wever (Tracey Abernathy), Lanny Flaherty (Sr. Nathan), Marion McCorry (Sra. Nathan), Michael Showalter (Lionel Prichard), Rhonda Overby (Sarah Hughes).
Producción: Frank Marshall, Sam Mercer, M. Night Shyamalan.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Tak Fujimoto.
Montaje: Barbara Tulliver.
Diseño de producción: Larry Fulton.
Dirección artística: Keith P. Cunningham.
Vestuario: Ann Roth.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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