Crítica por Joaquín R. Fernández

Con su última película, Andrew Niccol insiste en abordar un tema que ya aparecía en "El Show de Truman", obra por cuyo guión obtuvo una nominación al Oscar y en la que hablaba de la manipulación de los medios de comunicación y de la gestación de gigantescos e inmorales mitos mediáticos. La descripción de una masa adormecida por el vacío que le ofrecen los grandes gurús de la industria de la imagen, y la dependencia de éstos hacia lo que ellos mismos han fabricado, pues sus carreras se supeditan a la duración de estos astros temporales, son cuestiones que, con agradecida inteligencia, se plantean en la película. No nos encontramos ante un estulto producto de vacuas carcajadas y forzada comicidad (es decir, ni se utilizan tacos ni hay necesidad de recurrir a chistes zafios a lo "American Pie"), sino que hallamos una en ocasiones sarcástica producción que provoca una constante sonrisa en el rostro del espectador. Tan amodorradas están las mentes del público actual que, lastimosamente, la propuesta de Niccol ha fracasado con estrépito en las taquillas estadounidenses...

"Simone", que en ningún momento se hace aburrida o pesada, posee una estructura muy definida y coherente, detallando su desarrollo la evolución de un personaje (el director Viktor Taransky), que se ve atrapado por su inmensa mentira: la recreación de una actriz enteramente generada por ordenador. Convertido en un realizador de continuos fracasos comerciales, Taransky encuentra la salvación en Simulation One, un programa que le transformará en un auténtico dios cinematográfico. Por supuesto, el éxito de Simone repercutirá en la vida de Taransky, cuyo crédito ante la industria sube como la espuma, aun a costa de sacrificar su privacidad.

Repleta de golpes de humor con cierto sabor clásico (ver la escena en la que una supuesta Simone habla por teléfono con la exesposa de Viktor), la cinta no descuida, sin embargo, ciertos elementos más corrosivos o de humor negro (los intentos del director de hundir a su propia estrella, buscando así evitar que ésta consuma su propio arte). En todo caso, no se trata de un filme redondo, pues no sólo resulta muy poco creíble la posibilidad de que una sola persona sea capaz de elaborar una simulación tan perfecta, ya que algo así sólo podría brotar de un trabajo colectivo, sino que es imposible que el propio Taransky maneje el equipo informático con la misma soltura que un niño de ocho años juega con su consola. Son concesiones que, al igual que la edulcorada relación del protagonista con su antigua mujer y su hija, terminamos aceptando como válidas.

Divertida, amena y con una sutil realización de Niccol, que capta muy bien los entresijos del mundo del cine (ver el exitoso pase de la primera película de Viktor protagonizada por la hermosa intérprete virtual que da título al filme), el relato triunfa aún más gracias a su principal intérprete, Al Pacino, que da vida a un personaje que pasa de la derrota al triunfo, del triunfo a la frustración y de la frustración a la ruina. Los efectos especiales, muy naturales, ayudan a narrar la historia, mientras que la música aporta momentos de calidad únicamente en las secuencias intimistas, donde un comedido piano insufla cierta armonía a las imágenes.

© 2002 Joaquín R. Fernández

La Butaca

Simone
(S1m0ne)

Imagen © 2002