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Crítica por Leandro Marques

Peter Parker es un muchacho común, y definitivamente nada popular. Sus compañeros lo golpean y maltratan cada vez que pueden, y la chica que ama, a pesar de que vive en la casa contigua a la suya, casi ni enterada está de su existencia. Peter haría lo que sea por lograr que Mary Jane lo mire al menos una vez con sus ojos dulces y sugestivos. Cuando menos se lo espere, gracias a las implicancias que tendrá sobre su cuerpo la picadura de una araña genéticamente alteradas, sus deseos estarán más cerca de cumplirse. A cambio de eso, el precio a pagar afectará a su propia identidad. Porque Peter ya no será más él mismo. Desde aquel momento, fundamental en su vida, él pasará a ser, esencialmente, Spider-Man.

La película dirigida por Sam Raimi (Amor a colores, El ejército de las tinieblas), una de las más esperadas y taquilleras en lo que va del año, no decepciona, entretiene casi siempre, y trae a la pantalla gigante a uno de los superhéroes más fascinantes y misteriosos. Eso ya paga la película. Pero pese a eso, algo le falta a este retrato del Hombre Araña. Algo que no tiene que ver ni con los actores ni con los trabajos de producción sino con los ritmos y esencias que transmite el filme a lo largo de sus dos horas de duración. En Spider Man, la elección (seguramente más a cargo de la importante compañía que la distribuye que del director) pasó por elaborar un producto que convenciera a todo el mundo. Y como generalmente sucede cuando se quiere conformar a todos, ciertas decisiones en el transcurrir del filme arrojan la sensación de no ser consecuencia de una convicción interior del realizador tanto como de una necesidad marketinera.

Dos ejes rigurosos y cerrados dividen la trama de la película: el primero tiene que ver con el repaso explicativo del personaje principal, su vida humilde, su amor por sus tíos y por la hermosísima Mary Jane (Kirsten Dunst), la picadura de la araña, su transformación de joven ingenuo e inseguro en lo contrario. Paralelamente a eso, se muestra también el nacimiento de su enemigo, el Duende Verde, la otra faceta del malo de la película, el ambicioso científico Norman Osborn.

Cuando la cinta se dedica a esta suerte de presentación de historia y personajes, el ritmo inevitablemente decae. Eso no debería ser sinónimo de un decaimiento también en la película. Pero al parecer, la idea era hacer de Spider Man sólo una película ágil, vertiginosa y plagada de acción. Entonces, intercalándose con este primer eje aparece el segundo, que desborda dinámica y pone en escena un dispositivo técnico de primera calidad (fotografía, luces, texturas) y los efectos especiales previsibles para una superproducción de este estilo.

Se destaca el muy bien logrado manejo de cámara, especialmente acompañando los fascinantes vuelos del Hombre Araña entre los edificios de Nueva York. Efectos, parecidos a los utilizados en Matrix, que focalizan la destreza de movimientos y flexibilidad corporal del superhéroe interpretado con acierto por Tobey Maguire (Wonder boys). Intervenciones justicieras, una tras otra, del arácnido protegiendo a inocentes de las fuerzas del mal, y rescatando varias veces de la muerte a Mary Jane, que no tarda en enamorarse de él. Al mismo tiempo, el Duende Verde (Willem Dafoe, lo mejor de la película) mata y hace de las suyas para favorecer los alocados experimentos de quien es su cara en la sociedad, el doctor Osborn.

Este segundo eje agiliza notablemente la trama. Y responde con acierto a las expectativas de acción del espectador. Sin embargo, el primer eje, interesado en apuntar superficial y rápidamente algunos hechos que permitan aseverar la fidelidad de Spider-Man hacia el cómic original, deja de lado el abordaje por los rincones más profundos del protagonista principal. El guión no explora a Peter Parker, no se introduce en sus conflictos internos ni en los efectos negativos en su personalidad de la trascendente picadura. Informa, muestra, pero no se detiene ni se interesa por abordar o insinuar que detrás de lo que se ve también pasa algo. Así se pierde la riqueza del personaje, y se impide que el público se conecte verdaderamente con lo que él es.

En el viejo cómic, el Hombre Araña es un ser solitario, de la noche, mal visto por los medios de comunicación, que pasea y husmea los rincones de Nueva York en busca de justicia. En la película, el superhéroe tiene todo fácil, llega siempre en el momento oportuno y resuelve los problemas. No se pone ningún énfasis en la noche, ni en la soledad, ni en los ideales, sólo se cuenta la historia de Peter, un joven que se vuelve héroe y se dedica a hacer lo posible por enamorar a la chica de sus sueños. Quizás sea esta falta de involucramiento con la esencia de la historia original, la falta de audacia para realizar una mirada más personal y el interés por dejar en claro (sólo a manera de punteo) la fidelidad con ella sea la clave una película que no decepciona pero tampoco cautiva. Y que deja la impresión de que podría haber resultado una experiencia mucho más apasionante de la que termina siendo.

© 2002 Leandro Marques

La Butaca

Spider-Man
(Spider-Man)


Imagen © 2002

Dirección: Sam Raimi.
País: USA.
Año: 2002.
Duración: 121 min.
Interpretación: Tobey Maguire (Spider-Man / Peter Parker), Willem Dafoe (Duende Verde / Norman Osborn), Kirsten Dunst (Mary Jane Watson), James Franco (Harry Osborn), J.K. Simmons (J. Jonah Jameson), Cliff Robertson (tío Ben), Rosemary Harris (tía May), Joe Manganiello (Eugene 'Flash' Thompson), Ted Raimi (Hoffman), Bill Nunn (Joe 'Robbie' Robertson).
Guión: David Koepp; basado en el comic de Stan Lee y Steve Ditko.
Producción: Laura Ziskin e Ian Bryce.
Música: Danny Elfman.
Fotografía: Don Burgess.
Montaje: Bob Murawski y Arthur Coburn.
Diseño de producción: Neil Spisak.
Dirección artística: Tony Fanning y Scott P. Murphy.
Vestuario: James Acheson.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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