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Crítica por Tònia Pallejá

Cuando una se halla ante una de esas películas excepcionales que sólo se dan en contadas ocasiones, como un obsequio supremo caído del cielo –y ésta es, indudablemente, una de ellas–, se encuentra con que las palabras se le quedan cortas, o se han usado tan indiscriminadamente con anterioridad, que se ha devaluado su pleno significado y ahora resultan inservibles para trasladar al lenguaje escrito la extraordinaria impresión que me ha causado este prodigioso film. El veterano maestro japonés Hayao Miyazaki, que tiene a sus espaldas trabajos tan ilustres como "La princesa Mononoke", "Porco Rosso", "Nausicaä" o "Mi vecino Totoro", se ha superado a sí mismo llevando hasta límites inimaginables su visión inquieta, su gran pericia en el oficio y su inagotable capacidad inventiva. Ha puesto todo su corazón en ello y nos lo ha robado a nosotros, sin derecho –ni solicitud por nuestra parte– de devolución.

Se hace imposible –así, tal cual, letra por letra, y con toda la rotundidad que ofrece el término– encontrar un solo defecto, un solo elemento prescindible o simplemente mediocre, en esta colosal obra de facturación y calibre irreprochables. "El viaje de Chihiro" es una maravilla genuina, divertida y chispeante, donde nada falta y nada sobra, que te obliga a permanecer con la boca abierta y los ojos como lunas durante sus 122 minutos de duración, tal es su apabullante poder sorpresivo y su fecunda originalidad.

Se hace igualmente imposible no caer rendido de soberana admiración ante el en todo momento iluminadísimo desempeño que han llevado a cabo Miyazaki y su equipo, producto no sólo de su maestría en los pormenores artísticos y técnicos de la animación, sino de su ingenio, talante y talento creativos en la fabulación de esta arrolladora historia y en el diseño de los magníficos personajes que la pueblan.

No debo ni quiero hablarles con demasiado detalle sobre este enérgico derroche de imaginación y humanidad antes de que hayan podido verlo por sí mismos: han de disfrutarla y, sobre todo, descubrirla con sus propios sentidos, sin más. Porque "El viaje de Chihiro" no es simplemente una buena película; ni siquiera es la mejor película de la prolífica carrera de Miyazaki; tampoco esta-mos delante de la mejor cinta animada de los últimos años. No. Sus proporciones la convierten en la mejor película –animada o real– que recuerdo haber visto en mucho, mucho, muchísimo tiempo. Irrepetible.

Este portentoso y singular film se inicia cuando una familia integrada por un padre, una madre y una niña –la Chihiro del título–, se trasladan en coche hacia la que será su nueva residencia a partir de entonces, para disgusto de la pequeña. Durante el trayecto, se equivocan de camino y van a parar a una extraña aldea, aislada en el campo, que parece abandonada. Por motivos que escapan a su razón, Chihiro se siente recelosa y asustada en aquel lugar, sin embargo sus padres, cansados y hambrientos por el largo viaje, deciden explorar el paraje. Guiados por un apetecible aroma a comida, se detienen en un restaurante en el que no hay más rastro de vida reciente que unas enormes bandejas con suculentos y humeantes manjares...

Así comienza este fantástico periplo que nos introducirá en un mundo mágico como nunca antes habíamos conocido. A un ritmo delirante que también ofrece agradecidos remansos para la poesía visual y el intimismo, y con unas notas de humor simpatiquísimas y muy entrañables, "El viaje de Chihiro" cuenta las peripecias y vicisitudes de su joven protagonista en este universo disparatado, habitado por extravagantes y encantadoras criaturas; trayectoria que hará las veces de viaje iniciático, pues le permitirá madurar como persona, dar un nuevo enfoque y reencontrarse a sí misma –no en vano, deberá recuperar su verdadero nombre–.

Como ya les avanzaba en mis entusiastas –y siempre merecidos– halagos sobre este film, "El viaje de Chihiro" nos depara una sorpresa tras otra, sin apenas ofrecernos una sola tregua para reaccionar. Es una incansable maratón de ilusiones y quimeras que hace diana en nuestra alma. Aquí hay espacio para todo –aventura, drama, humor, amistad, amor...–, con una inusual habi-lidad para la fastasía y una fuerza tan desbordante que no admite parangón.

Esperemos que no sufra las mismas limitaciones de exhibición con que se castiga a toda producción de animación por el simple hecho de serlo (véase el caso aún reciente de la "Metrópolis" de Tarô Rin, que no llegó a muchas ciudades españolas y se proyectó de manera anecdótica e insuficiente en otras). Esperemos también que los espectadores ocasionales de películas animadas no le hagan feos a esta joya de la corona por el simple hecho de no ser una cinta de acción real.

El Oso de Oro ex aequo en Berlín no fue gratuito. Merecería todos los hono-res y laureles habidos y por haber. Una aventura enorme, incomparable, definitiva; la obra maestra de unas mentes tan superlativas que no pueden pertenecer a este mundo. Saboréenla segundo a segundo, fotograma a fotograma, porque no querrán que se acabe nunca. Y cuando llegue a su final, añorarán la oportunidad de destapar por primera vez este impagable regalo para el espíritu. Pluscuamperfecta. GRACIAS HAYAO MIYAZAKI.

© 2002 Tònia Pallejá

La Butaca

El Viaje de Chihiro
(Spirited Away)


Imagen © 2002

Dirección y guión: Hayao Miyazaki.
País: Japón.
Año: 2001.
Duración: 122 min.
Género: Animación.
Producción: Toshio Suzuki.
Música: Joe Hisaishi.
Montaje: Takeshi Seyama.
Diseño de producción: Norobu Yoshida.
Dirección artística: Youji Takeshige.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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