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Crítica por Joaquín R. Fernández

El Tiempo en sus Manos era una encantadora película de George Pal que, si bien distaba de ser perfecta, poseía al menos una indudable frescura, tanto visual como narrativa. Cuarenta y dos años después nos llega La Máquina del Tiempo, una decepcionante cinta que caminará fugazmente sobre nuestros recuerdos, pues tal es el vacío que nos lega tras su soñoliento visionado.

Al principio del filme, cuando contemplamos la fastuosa ambientación que recrea la Nueva York de finales del siglo XIX, uno puede pensar que el asunto promete. Sin embargo, según transcurren los minutos una extraña sensación de "apoplejía" se apodera de la historia. Ni nos creemos a los personajes (el fallecimiento de uno de ellos más parece un orgasmo que otra cosa), ni, aún peor, nos sentimos dominados por el drama que se desarrolla ante nuestros ojos.

Llegados a este punto, y dada la apatía general que se estaba adueñando de mi ánimo, llegué a creer en mi inocencia que todo mejoraría cuando el protagonista comenzara sus precipitados viajes en el tiempo. Pues no, resulta que tras un aburridísimo entreacto ambientado en un exageradamente avanzado 2030, el profesor Alexander Hartdegen consigue llegar al año 802.701, encontrándose en un lugar aparentemente plácido y hermoso. Evidentemente, el guionista, que es muy perverso, nos engaña, pues debajo de la tierra viven los morlocks, que se alimentan precisamente de los mansos habitantes del exterior. Quienes esperen encontrarse con apabullantes escenas de acción y espléndidos diálogos existencialistas, mejor harían en buscar otra película. Al contrario, más parece que estemos viendo un episodio cualquiera de una serie de ciencia-ficción, tan rutinario y risible que uno llega a preguntarse cómo es posible que alguien aprobase un proyecto como éste. Aunque la aparición de Jeremy Irons arregla un poco el asunto, pues su porte y sus palabras parecen relevantes (cuidado, no he dicho que lo sean), la sensación final que a uno se le queda es la de haber perdido el tiempo (sí, ése que tanto le sobra al señor Hartdegen).

El responsable de todo este desaguisado es Simon Wells, el bisnieto de H. G. Wells, que mejor haría en regresar al cine de animación. Su realización es plana, sin riesgos, como si en realidad se tratara sólo de un telefilm. Al menos hay un par de secuencias bastante buenas: una, cuando Alexander es perseguido por un morlock; otra, el final, momento en el que se unen las imágenes del pasado con las del futuro (estropeadas, eso sí, por la incomprensible indiferencia con la que la señora Watchit y Philby se toman la desaparición del protagonista). Echémosle también la culpa de este desastre a John Logan, que, por increíble que parezca, en su día escribió el guión de Gladiator (El Gladiador).

Klaus Badelt, otro de los innumerables colaboradores de Hans Zimmer, compone una partitura que se revela muy eficaz y agradable en su primera mitad (ver los títulos de crédito iniciales y la puesta en marcha de la máquina), pero que luego deviene en los habituales ritmos Media Ventures (en este caso, la consabida música étnica parece sacada de El Rey León).

© 2002 Joaquín R. Fernández

La Butaca

La Máquina del Tiempo
(The Time Machine)


Imagen © 2002

Dirección: Simon Wells.
País: USA.
Año: 2002.
Interpretación: Guy Pearce (Alexander Hartdegen), Jeremy Irons (Uber-Morlock), Yancey Arias (Toren), Phyllida Law (Mrs. Watchit), Mark Addy (Dr. David Philby), Sienna Guillory (Emma), Orlando Jones (Vox), Omero Mumba (Kalen), Samantha Mumba (Mara).
Guión: John Logan; basado en un guión de David Duncan y en la novela de H.G. Wells.
Producción: Walter F. Parkes y David Valdes.
Coproducción: John Logan.
Música: Klaus Badelt.
Fotografía: Donald McAlpine.
Montaje: Wayne Wahrman.
Diseño de producción: Oliver Scholl.
Dirección artística: Christopher Burina-Mohr y Bruce Robert Hill.
Vestuario: Deena Appel.
Decorados: Victor J. Zolfo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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