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Crítica por Joaquín R. Fernández

¿Acaso puede considerarse un halago el afirmar que Lara Croft: Tomb Raider es la mejor adaptación cinematográfica que se haya hecho jamás de un vídeojuego? Desde luego, con precedentes tan "apasionantes" como Super Mario Bros. y Mortal Kombat, no. Agradecidos por su escasa duración, los espectadores que contemplen esta película hallarán un discreto entretenimiento eficazmente adornado por un fastuoso diseño de producción. Porque, como tan a menudo sucede en Hollywood, el filme se resiente donde siempre, en la construcción de personajes y en la historia, mitigando tales defectos con impresionantes decorados y bellos exteriores. Sinceramente, la labor de todos los técnicos que han trabajado en Lara Croft: Tomb Raider es digna del mayor de los elogios; qué pena que otros no sepan llevar a cabo su cometido con decencia.

La media hora inicial de la película es mortalmente aburrida. Con una presentación de personajes extenuante, uno echa de menos no tener entre sus manos una consola portátil con la que aliviar la indeseable modorra que nos producen las imágenes visionadas. Cierto que la confrontación con el robot mantiene el espíritu del vídeojuego, pero es completamente innecesaria. De hecho, la sensación de que nos encontramos ante un producto de serie B se acrecienta cuando vemos a Lara Croft tomarse una ducha bajo una iluminación sugerente y una música provocativa. ¿Es esto una película de cien millones de dólares de presupuesto o un barato telefilm de los que emiten a medianoche? El asunto se aclara poco después, justo cuando Croft y compañía llegan al templo. La espectacularidad de estas escenas, con estatuas que cobran vida e interactúan a la perfección con los protagonistas, es tremendamente vistosa, y Simon West las resuelve con eficiencia. A partir de aquí la película se deja ver con un relativo agrado, aunque resulta difícil olvidar el mal sabor de boca inicial.

Por cierto, me satisface que, salvo contadas excepciones, West haya optado por dibujar las secuencias del guión en tiempo real; además, a pesar de la vertiginosidad de la acción, todo se entiende bastante bien. Es curioso comprobar que incluso sabe resolver una parte del filme que bien pudiera haber caído fácilmente en el tedio: la lectura de la carta que Lord Croft deja a su hija. De todas formas, Lara Croft: Tomb Raider no deja de ser una película de usar y tirar. Lo siento mucho por aquéllos que en verdad se han esforzado por sacar adelante esta producción de tan mítico vídeojuego.

La música, una continua sucesión de ritmos y ruidos, apenas se ve aplacada por alguna melodía que logre suavizar nuestros doloridos tímpanos. Graeme Revell va a lo suyo (que, en definitiva, es lo que le piden) y utiliza sin misericordia un cúmulo de musiquillas exóticas que a veces no vienen a cuento (ya me dirán qué pintan en Londres). Por suerte, su trabajo no se vuelve mediocre del todo gracias a algunas interesantes aportaciones, como las que envuelven a la secta de los Illuminati, las de algunas secuencias de acción en el templo y, sobre todo, la escuchada en la sala de las esferas, lugar donde se produce la batalla final (atención a los coros, muy bien utilizados por el compositor).

© 2001 Joaquín R. Fernández

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Tomb Raider
(Lara Croft: Tomb Raider)


Imagen © 2001

Dirección: Simon West.
Paises: Reino Unido / USA.
Año: 2001.
Interpretación: Angelina Jolie (Lara Croft), Daniel Craig (Alex Marrs), Leslie Phillips (Wilson), Mark Collie (Larson), Jon Voight (lord Croft), Rachel Appleton (Lara de pequeña), Iain Glen (Manfred Powell), Julian Rhind-Tutt (Pimms), Noah Taylor (Bryce).
Guión: Simon West, John Zinman y Patrick Massett.
Producción: Lawrence Gordon, Lloyd Kevin y Colin Wilson.
Música: Graeme Revell.
Fotografía: Peter Menzies Jr.
Montaje: Glen Scantlebury.
Diseño de producción: Kirk M. Petruccelli.
Dirección artística: John Fenner, David Lee, Leslie Tomkins y Su Whitaker.
Vestuario: Lindy Hemming.
Decorados: Sonja Klaus.
Dirección de producción: Chris Kenny.