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Crítica por Rubén Corral
Dirán aquellos que reniegan de la (in-mensa) tradición populista de un cine preocupado de no molestar a nadie, esos mismos que no dudan en abrazar la paradoja y la demagogia cuando de celebrar a Amenábar se trata o de callar cuando no pocas de las grandes inversiones de Andrés Vicente Gómez fracasan estrepitosamente (en lo económico, no menciono el lado artístico porque se trata de un productor), que películas como "Vivancos III" (Albert Saguer, 2001) vienen a, por lo menos, echar por los suelos la buena imagen adquirida por el cine español. Con su grosería, con sus chistes malos y su inconsistente e indisimulado plagio de películas de la menos rimbombante farsa serie B. Dirán –y allí sí que acertarán– que existe gracias al éxito de taquilla de las dos entregas del "Torrente" de Santiago Segura o del "Airbag" de Bajo Ulloa, películas tan sobreprotegidas por sectores reblandecidos del entorno cinematográfico patrio como preclaramente adheridas a la tradición del cine populista español.
Y, efectivamente, con "Vivancos III" estamos ante la adaptación de la astracanada Zucker/Abrahams elevada a la quintaesencia de la españolada, de los chistes de mariquitas –herencia de un machis-mo patrio nada disimulado en el film– a la recuperación de iconos con olor a armario cerrado (Javier Gurruchaga ya no está para muchas fiestas), de la utilización de personajes que se adaptan al actor y no al revés (el Gran Wyoming haciendo de "el gran Vivancos"), al amontonamiento desinteresado de gags con la confianza en que, por mera probabilidad, alguno funcione (como siempre han hecho los cómicos españoles, de Paco Martínez Soria a Pajares y Esteso).
"Vivancos III", por descontado, levanta unas buenas risas entre los feligreses del presentador de "Caiga quien cai-ga", pero no va –como "Agárralo como puedas 2½" (The naked gun 2 ½: The smell of fear, David Zucker, 1991), como "Hot shots" (id., Jim Abrahams, 1991), como "Los bingueros" (Mariano Ozores, 1978)– a ningún lado. Logra que la gente se ría, pero a cambio de entregar una cuchara, no una cucharada de algo, a cambio de no ser pretenciosa (adjetivo que habría que añadir, con agradecimiento, a toda valoración de buenas películas españolas), a cambio de no querer ofender a la mayoría, a cambio de corrección, de humor blanco a lo "Marianico el corto", a cambio de que a nadie le interese un pimiento lo que hay en pantalla. A cambio de que lo mismo habría dado un monólogo humorístico del actor protagonista que esta película. A cambio de huir de un mensaje como se hacía en tiempos de dictadura. ¿Es esto cine? Desde luego, sí que lo es para aquellos que también consideren cine a "La tía de Carlos en minifalda" (Augusto Fenollar & Ignacio F. Iquino, 1966), por supuesto. Pero eso depende de cada uno.
© 2002 Rubén Corral
Imagen © 2001
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