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Crítica por Rubén Corral

Premiada en la pasada edición del Festival de Venecia -si bien no con el premio gordo, quizá porque su director no se encuentra entre los iraníes bendecidos en Europa-, "El voto es secreto" introduce una agradable variación en la imagen que, como ocurre tantas veces a la ligera, nos podíamos haber hecho del cine procedente de Persia. En primer lugar, porque se trata de una comedia romántica. Inusual forma la escogida por su casi primerizo director para convertir en ficción una idea proveniente de un documental rodado por (este sí) uno de los tres grandes del cine iraní, Mohsen Makhmalbaf. Y es que, aunque la concepción que de comedia pueda tenerse por esos lares, que ya habíamos visto, por ejemplo, en "¿Dónde está la casa de mi amigo?" (Abbas Kiarostami, 1988), resulte para la mirada occidental heredera de una comedia del absurdo combinada con un entorno que, por similitudes temporales, puede recordar a una cierta imagen de la Edad Media (al fin y al cabo, en siglos equivalentes a "la nuestra" se mueve el calendario mahometano estos días).

No hay que llevarse a engaños, pese a todo. Aunque el director haya estudiado en Norteamérica, su cinematografía de origen (o, insisto, la imagen intuidamente sesgada que de ella se ha creado Europa) cala con más fuerza en su estilo visual. Esa mirada reposada con que caracteriza el director a todos los personajes que habitan la isla en la que transcurre la acción también se refleja en su cámara ya desde los tres primeros planos, largos planos secuencia que parecen algunas veces vallas que todavía traspasar para una imagen exportable de este cine iraní que alcanza, dentro de la belleza y entretenimiento que proporciona aquí, en "El voto es secreto", un punto culminante.

La excusa narrativa de la película es, como casi siempre (se me ocurre la excepción de "El círculo", de Jafar Panahi), en apariencia simple: una agente electoral se encarga, con la ayuda de un soldado que le sirve de chófer, de recorrer una isla para informar a sus habitantes de que tienen que votar -en caso de que así lo deseen, por supuesto- ya que se trata de un día de elecciones. La adecuación de la estética de la película de Payami a ciertos cánones de exportabilidad estándar iraní parte, por lo tanto, de un tema de origen incuestionablemente occidental (lugar al que exportar) como es el ejercicio de un derecho fundamental: el sufragio activo. No se trata de una concesión empero la aceptación que realiza el director tanto de contenidos como de formas. No en vano juega a utilizar esa doble referencia para, por una parte, facilitar la exhibición exterior de su película que tiene mucho más que aportar (aunque sea lugar común el aceptar que la utilización de metáforas y demás recursos retóricos de los que hace gala el cine iraní de exportación, no es este el que triunfa en las carteleras de -por ejemplo- Teherán, donde los modos del cine industrial hindú gozan, como en Europa el cine industrial norteamericano, de mayor predicamento) y por el otro hablar, con agradable distancia e ironía, de las influencias externas en su país. En cualquier caso, no de su país (otro aburrido, cómodo y generalizador lugar común que se achaca a las películas persas cuando no se sabe qué decir de nuevo, ¿o es que no todas las películas de Woody Allen hablan de su país?), sino de los cambios que provocan la llegada-imposición de costumbres extranjeras.

En este sentido, hay una secuencia antológica que ilustra a las mil maravillas esta intención. Tras una jornada en que la esforzada funcionaria gubernamental ha encontrado votos hasta debajo de las piedras, el soldado (que aquí no creo que sea sinécdoque del ejército de su país, sino de cualquier ejército, por su inutilidad inherente, plasmada aquí en el plano final) detiene, en medio del desierto, el automóvil en el que ambos se dirigen al embarcadero donde ella debe tomar el barco que la lleve a tierra firme, donde validar los votos emitidos. Un contraplano rápido muestra un semáforo con la luz en rojo. Ella no da crédito a lo que ocurre. Sale del coche y le pide al soldado que se salte el semáforo, que por allí no pasa nadie. El soldado le replica que ha estado todo el día incordiando con sus derechos y sus leyes y ahora quiere saltarse una norma tan simple como un semáforo.

Ante estas imágenes a un espectador occidental le surgen automáticamente cuestiones como si la democracia es lo primero que había que exportar a países subdesarrollados como Irán, si no hay motivos prioritarios en los que incidir desde la posición de los países del primer mundo tales como la solución al hambre o la educación y, con ello, no sólo inculcar conocimientos sino, sobre todo, capacidad de reflexión y autocrítica para disolver o al menos cuestionar, por ejemplo, la losa religiosa integrista que tanto daño causó a Europa y tanto daño causa ahora al entorno islámico. Y tras saber para qué vale un voto, elegir a políticos honestos (tengo fe en que los hay) para hacer valer leyes democráticas y efectivas. O, tras saber para qué vale un voto, no votar. O votar a tu novia.

© 2001 Rubén Corral

La Butaca

El Voto es Secreto
(Secret Ballot - Raye Makhfi)


Imagen © 2001

Dirección: Babak Payami.
País: Irán.
Año: 2001.
Duración: 100 min.
Interpretación: Nassim Abdi, Cyrus Abidi, Youssef Habashi, Farrokh Shojaii, Gholbahar Janghali.
Guión: Babak Payami; basado en una idea de Mohsen Makhmalbaf.
Producción: Marco Müller y Babak Payami.
Música: Michael Galasso.
Fotografía: Farzad Jodat.
Montaje: Babak Karimi.
Vestuario: Faride Haraji.
Decorados: Mandana Masoudi.