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Crítica por Manuel Márquez

Incontables son las películas españolas (de todo tono, género y registro) ambientadas en la Guerra Civil, hasta el punto de que una relación de las mismas se nos haría interminable. En ese contexto, no debe resultar extraño que haya habido cabida incluso para el desarrollo de historias de amor, auténticos dramas románticos desarrollados con ese episodio de nuestra historia como telón de fondo. Pero que el romance en cuestión transcurra entre dos críos que apenas si han alcanzado la edad adolescente es un aspecto bastante llamativo y original, y, aunque no constituye el leit-motiv del film, sí que dota al mismo de un trasfondo emocional de ternura con el que Uribe consigue un punto de apoyo enormemente apropiado para articular sobre el mismo ese viaje iniciático de su protagonista que constituye el armazón principal de la trama.

No se trata de un viaje físico (precisamente, la película arranca con el final de éste, que la protagonista realiza entre Estados Unidos y España), sino que, como todo transcurrir existencial que marca el paso del mundo de la infancia al de la vida adulta, es un trayecto recorrido a través de vivencias y sentimientos, tan intensos como los que sólo puede proporcionar una circunstancia tan traumática como la de la guerra, que impregna todo cuanto sucede en el ámbito más estrictamente personal (que no es poco, por cierto) de nuestra Carol, esa niña a través de cuyos ojos, de mirada tan límpida como intensa, asistiremos a un cúmulo de acontecimientos que, trascendiendo ese círculo íntimo, nos dibujan un tiempo y un país duro y complicado.

Uribe lo relata con pulso firme y atinado, sin que ello signifique que lo haga minimizando riesgos: mas bien al contrario, lleva a cabo un ejercicio de auténtico funambulista, desplazándose sobre una finísima cuerda, bajo la cual no se extiende una red que pueda amortiguar su caída, sino una auténtica bañera de melaza sensiblera en la que el film podría terminar ahogándose al más mínimo error de paso. Tal ejercicio se salva sin accidentes gracias a un justo punto de contención (y en este aspecto es fundamental el perfil idiosincrático del personaje principal, poco dado a excesos sentimentales, o, para ser más exactos, a su exteriorización: con ello, la película gana muchísimo...) y a la sabia utilizacion de recursos narrativos (elipsis, como en la escena en que Carol descubre el cuerpo sin vida de su madre, que se corta abruptamente para no ahondar en un momento excesivamente dramático; o contrapuntos, en que a una escena de tono triste sucede cualquiera de los gags que el trío infantil de chavales pone en práctica), con los cuales se evita que la película se sumerja en un exceso dramático que la pudiera hundir en un delirio de llantos y suspiros. Desde esa perspectiva, sólo caben parabienes para el trabajo del autor, que consigue cuajar una obra plena de sensibilidad sin caer en lo sensiblero.

No es ése su único acierto. "El viaje de Carol" se sustenta, sobre todo, en el trabajo interpretativo de sus dos protagonis-tas, y hay que reconocer que tanto Clara Lago –todo un hallazgo, que viene a sumarse a esa pléyade de estrellas emergentes en el que ya despuntan nombres como Aida Folch o Dafne Fernández, y que, con sus inmensos ojazos, nos recuerda intensamente a la le-gendaria Ana Torrent de Críacuervos– como, muy especialmente, ese prodigio de naturalidad que atiende al nombre de Juanjo Ballesta y que nos vuelve a ofrecer un recital a la altura del que ya diera en su debut con El bola –y si Clara es la mirada, Juanjo es, inequívocamente, la sonrisa, esa sonrisa pilla y desarmante...–, demuestran capacidad más que sobrada para soportar sobre sí todo el peso de la película, asumiendo plenamente su rol de personajes centrales, alrededor de los cuales gira toda la historia.

Por lo demás, también hemos de resaltar (sería tremendamente injusto dejarlo en el tintero) que el trabajo que desarrolla el elenco de secundarios que acompaña y arropa (y de qué manera...) a los dos protagonistas, raya a un nivel excepcional, como no cabría esperar de otra manera a la vista de la nómina que lo integra: desde consagrados a los que estamos más habitua-dos a ver en papeles protagónicos (como pueden ser los casos de Carmelo Gómez, María Barranco o Rosa María Sardá) y que, pese a tal circunstancia, ajustan sus prestaciones de manera precisa a su condición de subalternos –sin robar, en ningún momento, el protagonismo a quien debe ostentarlo–; hasta esos otros menos habituales, pero no por ello de menos nivel, ya se trate de veteranos ilustres (un fenomenal Álvaro de Luna, con un “caramelito” de personaje, que borda en todas y cada una de sus apariciones –aunque quiero quedarme con una en concreto, que, además, constituye una de las mejores escenas de la película: aquélla en que, preguntado por su nieta Carol acerca de la marcha de la contienda, constata con amargura, a la vista de su muy particular “mapa de situación”, que queda ya poco margen para la esperanza...–) o de noveles prometedores (como es el caso del cada vez más omnipresente Alberto Jiménez, en un papel tan ingrato y alejado de sus registros habituales, mucho más amables, como bien ejecutado, o el de una sorprendente Lucina Gil, cuya caracterización, tan agria, no le impide descollar en sus contadas intervenciones), o incluso “alevines”, como es el caso de los dos compañeros de correrías de Tomiche (dos arquetipos de figura infantil: el gafitas y el gordito, ambos simpáticos, ambos dicharacheros...), que derrochan naturalidad y soltura ante la cámara.

Con tales mimbres, a los que se añade el cuidado de los aspectos técnicos y formales que, a estas alturas, ya casi hemos de presuponer en cual-quier producción española con unas mínimas pretensiones artísticas y comerciales (y ésta, indudablemente, lo es y, como tal, cumple holgadamente con los estándares exigibles en materia de dirección artística, fotografía, sonido y demás etcéteras), Imanol Uribe teje un cesto bastante hermoso y nos lo regala para contemplación y disfrute. Un peldaño más en el crecimiento de nuestro cine, y una muestra del (buen) camino a seguir. Que cunda el ejemplo...

© 2002 Manuel Márquez

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El Viaje de Carol
(El Viaje de Carol)


Imagen © 2002

Dirección: Imanol Uribe.
País: España.
Año: 2002.
Duración: 104 min.
Interpretación: Clara Lago (Carol), Juan José Ballesta (Tomiche), Álvaro de Luna (Amalio), María Barranco (Aurora), Rosa María Sardá (Maruja), Carmelo Gómez (Adrián).
Guión: Ángel García Roldán e Imanol Uribe; basado en la novela 'A boca
de noche' de Ángel García Roldán.
Producción: Andrés Santana y Fernando Bovaira.
Música: Bingen Mendizábal.
Fotografía: Gonzalo F. Berridi.
Montaje: Teresa Font.
Dirección artística: Alain Bainée.
Vestuario: Lena Mossum.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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