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Campos de Esperanza
(
Fateless)
Renegade Films, 2005
Hungría/Alemania/Reino Unido, 134 minutos

Dirigida por Lajos Koltai
Escrita por Irme Kertész, basado en su novela
Editada por Hajnal Sellõ

Elenco:
Marcell Nagy .... György Köves
Béla Dóra .... Fumador
Bálint Péntek .... Niño bonito
Áron Dimény .... Bandi Citrom
Zsolt Dér .... Rozi
András M. Kecskés .... Finn

Imagen © 2005 Renegade Films

A veces uno tiene que buscar el espacio ideal para hacer ciertas cosas, mi taller de grabado me sirvió de marco para la organización de las ideas de una película que para mí, resultó importante, provocadora y mejor dicho, evocadora. Del infierno que eran los campos de concentración Nazi, surgió un hombre que entró como joven inocente. Pesimistas sobre el tema, mi novia y yo elegimos esta película porque no está hablada en inglés y la producción no es norteamericana. En verdad no estaba dispuesto a soportar otra “Lista de Schindler”, lo siento Mr. Spielberg, es usted muy bueno pero es mejor cuando se mantiene fuera del mundo de los vivos.

En un tiempo cuando la basura era utilizable, viva y muerta, reciclada una y otra vez, cascajo y humanos daban lo mismo, el escritor y guionista Irme Kertész en una semi autobiografía, con el director Lajos Koltai, nos entregan una obra de lenguaje impecable, tan expresiva como cautelosa, dejando los detalles importantes a nuestra interpretación. El uso magistral de los tonos y el color precisa pasajes vividos, con el respeto exacto que conduce nuestra percepción para crear un sentimiento o sensación, de esto se trata el manejo de los elementos expresivos del cine. Koltai dosifica la trama en fragmentos, viñetas artísticas musicalizadas de manera excepcional por Ennio Morricone donde la música muestra su color empatado al de la imagen, el todo es fenomenal. El escritor aborda un tema conocidísimo y lo disecta en estos pedazos de historia vivos por derecho propio, empiezan y terminan en negro, en silencio, con una moraleja. Si hacemos el ejercicio de ver cada parte como una pequeña historia, como un cortometraje, seguiríamos saliendo de la sala con un mensaje, con una historia.

La película empieza cálida e inocente, quizás, pensé, porque se trata de la visión de un joven que por más callado, era un observador del mundo, con pocas opiniones pero muchos sentimientos. Así era el cielo, colorido y familiar y aunque marcados por una estrella amarilla en el pecho que los distinguía como Judíos, vivían con la esperanza de caminar por las calles como todo ser humano tiene derecho a hacerlo. Eventos fortuitos que a falta de una mejor comprensión llamamos destino, lo llevaron a la reclusión es Auschwitz, el infierno más húmedo del planeta. Cinco minutos, un minuto hace la diferencia entre la felicidad y la desgracia, pues como decía uno de los prisioneros, “si tan sólo me hubiera detenido a comprar esa manzana, hubiera perdido el camión donde nos atraparon y estaría en casa con mi familia”. Ahí vivieron el horror y azuzado por demonios en el sitio más hostil, paradójicamente, encontró felicidad con otros ángeles tan maltrechos y desplumados como él, pequeña, breve, pero siempre a hacerlos olvidar la desgracia de un entorno abominable ¿Cómo se procura la felicidad en el averno? Haciendo las cosas que podemos hacer por voluntad propia, como tararear una canción, bailar como niño o bolear las botas llenas de lodo cuando todos los demás duermen rendidos simplemente porque queremos hacerlo.

La transformación del personaje es sorprendente, nos hace pensar si la película llevó 3 o 4 años de rodaje o Marcell Nagy bajó notoriamente de peso en un ejercicio igual al de Robert de Niro cuando subió más de 20 kilos para Toro Salvaje. La realización de la cinta se ve complementada con la buena actuación de los actores.

Entre tanto, los amigos y familiares que tuvieron la suerte de no ser llevados a un campo de concentración, se quedaron en Budapest se congelaron en el tiempo. Cuando György (Marcell Nagy) volvió, se encontró no sólo las mismas caras, sino la misma esencia raquítica e inerte de familia y amigos, sin nada que moviera sus ganas por nada que no fuera su “segura” manera de sobrevivir, por admirar la blancura de la dentadura de un perro muerto y agusanado, la experiencia de vivir reducida a levantarse por la mañana, comer, trabajar y regresar a la cama con 2 pesos en la bolsa.

Cuando todo lo malo parece superado para György y el color regresa a la pantalla, en el campo de concentración aparece Satanás en carne y hueso ofreciendo tierra, libertad y prosperidad, un soldado Gringo, rubio, poderoso, con ese don cautivador le recomienda no volver con los suyos pues en Estados Unidos encontrará el ansiado paraíso. György rechazó la generosa oferta y regresó a la derruida Budapest, llena de esqueletos de edificios majestuosos, ahora, reducidas a pocilgas de opaco esplendor habitadas por la desconfianza y la intolerancia que los destruyó, pero también, llena de su gente, de su esencia y ante la andanada de preguntas acerca de lo malo que vivió y todo lo que sufrió, György dice: “¿Cómo puedes pensar que estuve en el infierno? El infierno no existe, Auschwitz sí. No le guardo rencor a nadie porque fue ahí donde conocí la felicidad.”

José Martín Sulaimán

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